Hace por lo menos 20 años se empezó a hablar de que el dique Celestino Gelsi, que está en El Cadillal, tenía algunas fallas. El año pasado un ministro de la provincia advirtió que era necesario tomar cartas en el asunto cuánto antes porque según unos estudios podía faltar agua para riego, en general y para el uso que le da la industria azucarera, en particular. A partir de allí el problema de la fisura del dique se hundió en idas y vueltas de responsabilidades y de tomas de decisiones.
Cabe destacar que el Dique Celestino Gelsi está en la provincia de Tucumán, pero lo administra la Nación, es decir desde la Casa Rosada. Al mismo tiempo, el Poder Ejecutivo Nacional lo concesionó a una empresa privada. Por lo tanto, la firma Hidroeléctrica Tucumán es la que se encarga de administrar la presa. Y, quien se ocupa de revisar todo es un organismo de contralor de la Nación denominado Orsep.
En diciembre desde el Poder Ejecutivo de la provincia se dijo que durante dos décadas no se le había hecho el mantenimiento correspondiente al dique. Pero tampoco estaba entre las prioridades ni de la Nación ni de la provincia ocuparse de ese acopiador de agua. De hecho no había previsiones presupuestarias. Por eso cuando desde el ministerio de la Producción se informó que urgía hacer trabajos no estaban los fondos. Además se informó oficialmente que para “curar” la falla hacían falta varios cientos de millones de pesos. La Provincia anunció que haría la obra. Después vinieron funcionarios nacionales e informaron que la Nación se ocuparía de solucionar la fisura y pondría la plata. Al mismo tiempo desde el Poder Ejecutivo se indicó que la Provincia haría trabajos paliativos y luego sería la Nación la que encararía los trabajos para sellar la fisura. No obstante, estas definiciones al final será la provincia la que se ocupará de la inversión.
En una primera instancia se analizó que harían falta $ 200 millones, y luego que serían muchos más. Finalmente se informó que había tres presupuestos, unos por $ 200 millones, otro aproximadamente por el doble y un tercero de unos $ 700 millones que permitiría una mejor solución. Para realizarlo la provincia tendrá que hacer un cotejo de precios y por lo tanto será en febrero cuando se empiecen a encarar las obras por parte de la provincia de una represa que administra la Nación y que está concesionada a una firma privada.
Más allá de las idas y vueltas y de la decisión de la Provincia de hacerse cargo de una tarea que tal vez no le competa pero que si no acelera su reparación puede poner en riesgo parte de la economía tucumana, el Poder Ejecutivo ha sido certera en su diagnóstico: hace 20 años por lo menos que nadie se ocupa de mantener El Cadillal.
El diccionario rector de nuestro idioma, la Real Academia Española, enseña que el mantenimiento es un “conjunto de operaciones y cuidados necesarios para que instalaciones, edificios, industria, etcétera, puedan seguir funcionando adecuadamente”. Esto es precisamente lo que no se ha hecho en Tucumán. Y, ahora, varias generaciones después, pueden sufrir las consecuencias. Permite entrever también una falta clara de planificación. Es cierto que durante algunos años las fuerzas políticas que gobernaban la provincia no han sido del mismo partido que la que mandaba en la Nación. Pero también ha habido períodos en los que coincidieron. Sin embargo, la desidia y la falta de mantenimiento siguieron.
El Cadillal no es el único ejemplo en estas tierras. Ha pasado también el año anterior con la aparición de una desconocida enfermedad denominada Legionela que demostró que había personas que podían llegar a morir incluso por la falta de mantenimiento en algunos edificios. Estos yerros que ahora implican gastos millonarios que nunca hubiera necesitado hacer Tucumán, demuestran una actitud desinteresada de la dirigencia.
El dique El Cadillal también carga sobre sí informes que dicen que tiene un exceso de sedimentos y que por lo tanto se encuentra con menos agua de la que debería. ¿Hará falta tomar la decisión de hacer nuevos diques? Desde hace años se habla de eso pero no se toman decisiones. Lo menos que podríamos hacer por nuestros nietos y bisnietos es hacer cosas pensadas y trabajadas por ellos, no por las contingencias, las pérdidas o el apuro.